Dios viste de blanco: el Real Madrid revive la pesadilla del Atlético en los penaltis

Tenía razón Simeone. La eliminatoria estaba en manos de Dios, y Dios, como decía su compatriota Borges, no admite sobornos. Nadie los cometió, entregados Atlético y Madrid a un derbi agonístico, sostenido el primero sobre un gol al alba, a los 29 segundos; sobrepuesto el segundo a la atmósfera del Metropolitano, al balón a los cielos de Velázquez lanzado por Vinicius. A Dios le tocaba, pues, elegir, no castigar, en el ‘te quiero, no te quiero’ de los penaltis, pero el resbalón de Julián Álvarez ante la suerte suprema, advertido por el VAR, tuvo algo de castigo divino. Llevar el fútbol al microscopio puede llevarlo al absurdo. El Madrid, mientras, avanza a cuartos de la Champions como si caminara sobre las aguas, sin resbalarse, porque Dios viste de blanco. [Narración y estadísticas (1-1, 2-4)]

A Rüdiger correspondió el penalti decisivo, el último, después de que marcaran sus grandes nombres, Mbappé y Belligham, los primeros, con un Vinicius fuera del acto, que ya había fallado en el mismo lugar durante el partido. Tiene Champions para corregirse. Marcos Llorente envió antes que Rüdiger al palo. El fatalismo se repetía para el Atlético y para Simeone, que gritaba a los suyos que levantaran la cabeza y fueran a ver a su gente, antes de gritar en la sala de prensa. No le hace bien agitar la polémica, por humana que sea su incomprensión. Cayeron eliminados pero siguieron de pie.

Ese Madrid inyectado había salido al césped del Metropolitano como se sale del servicio del cine cuando la película está a punto de empezar. Siempre queda algún botón por abrochar. Mal asunto. Lo que le esperaba no era una comedia, precisamente. En 29 segundos, estaba en pelotas, lo que tardó el Atlético en desnudarlo, de la bragueta a la camisa. La eliminatoria empezaba de nuevo, igualada, en el minuto uno.

Proteger el tesoro

El balón transitó entre los futbolistas del Atlético como si derribara fichas de dominó, fichas blancas: Asencio, Valverde, Courtois. A Gallagher correspondió el remate final, en un cuerpo a cuerpo con el belga. Era como una señal del destino, puesto que el inglés había sido una de las dos novedades escogidas por Simeone en el once. Reinildo, la segunda, para armar una banda izquierda nueva con respecto a la ida en el Bernabéu. Por ese lugar recibió el golpe en la ida, muy temprano. Lo devolvía mucho antes, sin que el Madrid se hubiera abrochado todos los botones.

Simeone ni se inmutó en la banda, lejos su hipercólera. Esto es muy largo, pensó, entre expectante y sorprendido. En su mente anidaba la pregunta de qué hacer frente a un escenario inesperado, al menos tan pronto. Nunca sabremos cuál era su hoja de ruta si el Atlético hubiera tardado más en igualar la eliminatoria. Ahora estaba más claro, porque la situación regresaba a su terreno, a la cueva donde nadie juega a las sombras como el argentino. Le encanta intervenir, decidir sobre lo que acontece en el campo, manejar los tiempos de los partidos, a veces hasta el exceso.

El Atlético se replegó, huyó de la presión alta para proteger el tesoro e impedir correr al Madrid. Si lo hace, hay que jugar con la pelota y el crucifijo. Una vez pudo hacerlo, una, y Mbappé puso a Oblak en el paredón. El penalti de Vini se fue al cielo.

Simeone, en la banda.J.J.GuillenEFE

Al Madrid le quedó inicialmente la posesión, pero la posesión sin profundidad es un ejercicio estéril, como el amor sin sexo. En el fútbol español hemos conocido las dos versiones. El ataque posicional no dio frutos a los blancos en un primer tiempo en el que apenas sacaron un disparo de Rodrygo. Nada más. Poco. Poquísimo. Mbappé, desesperado, escapaba del área a los medios para tocar el balón y sentir que estaba en el partido.

El peligro lo generaba el Atlético, porque a su excelente organización defensiva añadía más intensidad en las disputas que se producían en las transiciones, con la excitación justa. Encontrarla era básico para los rojiblancos, en una atmósfera muy cargada, como sucede en los derbis del Metropolitano. No estábamos ante un derbi cualquiera. Igualar la eliminatoria tan pronto se lo permitió. Lo contrario los hubiera desquiciado.

Sin necesidad de desguarnecer sus líneas, con muchas precauciones por parte de Marcos Llorente y Reinildo, habituales en los despliegues, los jugadores de Simeone consiguieron llegar al área de Courtois y provocar que apareciese la mejor versión de Julián Álvarez, voraz para cargar la pierna desde cualquier lugar y disparar, incluso para intentar dos veces seguidas el gol olímpico. Sabe que es una estrella, sabe que quiere ser un número uno y sabe dónde ha de conseguirlo. Era un partido señalado. Al final, le acabó por señalar el infortunio, la tragedia.

Vinicius se lamenta tras el penalti.Manu FernandezAP

El Madrid debía elevar la presión y la movilidad para poder encontrar las ocasiones. Lo hizo tras regresar del descanso, sin que el Atlético cambiara su plan, salvo en los primeros minutos. Eso es muy del Cholo, un arranque a fuego y después el repliegue a la espera de la carroña. El factor sorpresa a veces funciona. Lo hizo en el primer tiempo. Después, no.

Los cambios de Ancelotti

Ancelotti se había inclinado por Modric como titular, porque el partido pedía galones, temple, sabiduría. Sin embargo, la celda del Atlético le obligaba a mover los barrotes con energía. Camavinga saltó para ocupar el lugar del croata, pero a la vez se retiraba del campo también Tchouaméni, Valverde pasaba al centro y Lucas Vázquez ocupaba el lateral. Cambios de riesgo. Poco tiempo después, Brahim, en busca de las acciones de uno contra uno para superar piezas hasta entonces infranqueables.

La única vez que el Madrid lo había logrado fue por un error ajeno, de Griezmann, en su área. Pudo entonces correr, aplicar su manual, para conectar con Mbappé, único en los movimientos en ese lugar. Lenglet lo derribó. Con muy poco, Vinicius estaba ante los 11 metros, ante la puerta de Oblak como si fuera la puerta de la gloria. Volvió al purgatorio.

Julián Álvarez, en el penalti que fue invalidado por el árbitro.AP

A la prórroga llegaron ambos entre el cansancio, las lesiones, como las de Mendy o De Paul, y el miedo. El Atlético ya no contaba con Giuliano Simeone, una dinamo que genera y genera energía, ni De Paul, pero aparecía el factor Correa. Un control de cirujano tras un envío de Oblak, de costa a costa, fue convertido por el argentino en un centro que no llegó a Sorloth. Rüdiger lo cerró.

De nuevo, un arranque mejor del Atlético, pero en un contexto ya distinto, con un Madrid amenazador, cada vez más. El equipo de Ancelotti, con un Valverde incombustible donde el resto desfallecía, sabía que estaba en su momento, mientras a ala grada del Metropolitano se le aparecía el fantasma de Sergio Ramos. Los penaltis fueron, en realidad, un alivio, aunque la cara siempre le hubiera salido al Madrid. Cuando el VAR revisó el lanzado por Julián Álvarez, antes del error de Lucas Vázquez o el último lanzamiento de Rüdiger, Dios ya había decidido.

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